Santo Domingo, República Dominicana. Poco a poco he ido armando una lista de restaurantes notables en la capital Dominicana y aunque vivo a dos horas y media en carro, me he puesto en la tarea de viajar al menos una vez al mes en busca de esos momentos de gastronomía memorable, que tanto me apasionan y que se han convertido en una razón de ser: vivir para descubrirlos, disfrutarlos y comunicarlos. Y, cuando hablo de gastronomía memorable me refiero no solo a lo que encuentro servido en el plato; también tomo en cuenta la atención que prestan sus creadores a todo lo demás que conforma una experiencia como esta.
La semana pasada tuve uno de esos momentos. Desde que el carro que me llevaba se aproximó a la entrada del restaurante, sentí cómo el local emanaba una energía que ya me insinuaba lo bien que la iba a pasar.
Samurai es un restaurante de gastronomía y propietarios japoneses, con más de tres décadas de historia, el cual me recordó al Sr. Ono y su restaurante Hatsuhana en Bogotá. Está ubicado en el barrio Piantini, en la que fuera antes una gran casa de familia (igual que Hatsuhana), con un comedor central abierto con varias mesas, así como comedorcitos privados, de esos a los que toca pasar sin zapatos y sentartse en el piso.
Al entrar, lo primero que noté fue a uno de sus propietarios parado al lado de una mesa refrigerada cubierta con hielo triturado sobre la que descansaban al menos una docena de botellas de sake distintas. Sin pensarlo mucho le pedí que me recomendara uno a lo que me respondió con dos preguntas: la primera, ¿qué va a comer? La segunda, ¿seco o dulce? Respondí: sushi y seco.
El sitio estaba a reventar y solo había lugar en la barra de sushi. Esto no fue un problema en absoluto ya que no creo que haya un puesto que me agrade más en un restaurante que la barra, ya sea de sushi o de tragos. Además, en este caso fue buenísimo ya que con la congestión que había el mesero nada que aparecía y pudimos ordenarle directamente al sushero.
Pedimos una bandejita de nigiri premium que consiste en nueve piezas de pescado japonés -cortadas de una manera que denotaba gran maestría y con una textura mantequillosa que hacía que cada bocado se derritiera en la boca. Del arroz, puedo decir que además de ser de calidad superior estaba magistralmente cocido: sueltico y con un delicado toque de buen vinagre de arroz, tan necesario para completar la ingeniera de sabor de ese bocado minimalista y celestial. Pasó la prueba diez sobre diez. Y para quienes valoramos el uso del producto de territorio, hay también la versión de esta bandejita con pesca local, que probaré en mi próximo viaje.
Continuamos con unas ostras japonesas que sirvieron con limón amarillo y una pasta de chiles que les quedaban muy bien. Yo me comí una sin nada y otra con todo, ¡Uf! Luego, nos alejamos de los crudos para probar algo de la cocina caliente y nos trajeron unos mariscos flameados y unas gyozas, ambos también muy buenos.
Para cerrar, era ineludible un heladito de té verde que resultó ser un gran digestivo, me imagino que por el tanino y las propiedades astringentes naturales de esta hoja. Pero lo mejor de todo fue que mientras nos lo terminábamos pudimos ser testigos del meticuloso proceso de desmonte y aseo de la estación de sushi, algo que nos alegró montones y nos hizo recordar lo mucho que admiramos la cultura japonesa.
Salimos emocionados y con muchas ganas de volver, a pesar de que el servicio estuvo difícil con cosas que no llegaban y tocaba volver a pedir y de un mesero al que tocaba pararse para irlo a buscar.
Si bien a mí me tocó un servicio regular, no creo que sea una constante en este lugar. Habrá que ver qué pasa la próxima vez. En todo caso, por el sushi, el sake y lo susheros, Samurai entra a mi top de restaurantes de este bello país.
Felicitaciones al chef Hideyoshi Tateyama, hijo del fundador, quien no hace mucho tomó las riendas de la cocina de Samurai.
Para más información y reservas visite en Instagram @samuraird.
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